jueves, 4 de agosto de 2016

Homosexualidad masculina en Grecia

Muchas veces, a modo de broma, Aralaid y yo decimos que la antigua Grecia fue la cuna de la homosexualidad occidental, del mismo modo que también lo fue de la cultura occidental. Todo el mundo, por muy poco que sepa de historia, sabrá que, en aquel contexto cultural, las relaciones pedófilas entre maestros y alumnos varones eran un aspecto muy prevalente de la enseñanza en las clases dirigentes. 

Digo que es un saber generalizado, pero la realidad es que, incluso hoy, la gente se niega siquiera a plantearse que el famoso semidiós de la Ilíada, Aquiles, pudiera tener una relación con Patroclo (y si ya decimos que Patroclo era mucho mayor que él, a más de uno parece que le estalla la cabeza). 

Pero igualmente ocurre con Alejandro Magno. Para algunas personas, parece ser que, por tener relaciones homosexuales, una persona sea incapaz de ser un guerrero competente, un héroe o un gran conquistador. Como si ser heterosexual al cien por cien garantizase ser alguna de esas cosas o todas a la vez. La estupidez humana no deja de sorprenderme. 

La realidad es que las relaciones del mismo sexo estaban presentes en la vida de los antiguos griegos, como demuestran las fuentes clásicas que nos narran distintos aspectos de estas relaciones. Hay mucho que contar sobre ellas, pero hoy me limitaré a comentar exclusivamente la pederastia como sistema de aprendizaje entre los varones de una clase social alta. 

Para poder entender esta tipo de relaciones, se ha de comprender primero cómo funcionaba la estructura social de los griegos. La cultura griega era eminentemente masculina, relegando a la mujer a un mero papel de madre y ama de casa. Solo el hombre se desarrollaba intelectual y socialmente, lo cual explica, en cierto modo, la importancia de las relaciones homosexuales en el proceso de aprendizaje de un joven en su paso hacia la madurez. 

Nos referimos a una homosexualidad institucionalizada, regida por unas normas muy estrictas, por las cuales una relación debía tener un carácter claramente jerárquico, de tal modo que uno de los miembros de la pareja, siempre el activo, superase en estatus social al otro miembro, que debía ser siempre un adolescente. Estas convenciones establecían una marcada distinción social y de estatus entre ambos integrantes de la pareja. 



En Esparta, las relaciones homosexuales de este tipo estuvieron claramente institucionalizadas en los siglos V y IV a.C., mientras que en Atenas no parece que se llegasen nunca a sancionar oficialmente (aunque, sin embargo, seguían existiendo, siempre con la aprobación expresa de la familia del adolescente sometido al proceso de aprendizaje). 

Se consideraba que el hombre adulto era capaz de transmitir al joven su fuerza y su virtud a través de su semen en el ano del muchacho, pero pensar que esto significa que el coito anal era socialmente aceptable sería caer en un error. Se trataba de una situación muy concreta y de una homosexualidad pasajera que debía finalizar cuando el periodo de instrucción tocase a su fin. 

De hecho, en la mayoría de casos, no se llegaba a practicar la penetración anal por las connotaciones negativas que esta tenía, dado que se consideraba un acto vergonzoso, sobre todo para aquel que era penetrado. 


Para hacernos una idea de la repulsa social que suscitaría una homosexualidad estable, basta con echar un vistazo a las comedias de Aristófanes, como Las Aves, donde los insultos hacia un personaje afeminado, Agatón, son de lo más hirientes, con el objetivo claro de ridiculizarlo por su actitud vergonzosa: «es el hombre al que podría besar cualquiera que lo encuentre, es el poeta en cuyo trasero se estaría dispuesto a plantar el propio miembro, es el músico cuyo canto coral femenino excita al Padre hasta la médula, es el autor de dramas satíricos que se pueden inspirar manteniendo la erección, en su lomo[...]». Y la lista de insultos se sigue sucediendo con palabras como katapygon (sodomizado), o euryproktos («culoancho»).




¿Pero por qué recibe tales insultos este hombre? La respuesta es muy simple: porque es un homosexual adulto, afeminado y, además, pasivo. Este testimonio es bastante esclarecedor y, lamentablemente, nos demuestra que la intolerancia que aún hoy está presente viene de largo. 

De hecho, tampoco se puede dejar de nombrar que Aristóteles intentó buscar una causa a la aparente enfermedad que sufrían homosexuales que disfrutaban del rol sumiso en el sexo anal, llegando a la conclusión de que sufrían una atrofia congénita en los órganos sexuales: su esperma, que no podía ser expulsado debido a este defecto, se concentraba en la región del ano (como, según el mismo Aristóteles, les ocurría a las mujeres), y esta concentración provocaba el gozar de las relaciones pasivas. 

Teniendo en cuenta tal testimonio, puedo decir sinceramente que, a mi entender, Grecia no fue la cuna de la homosexualidad en Occidente y que, si bien existieron las relaciones homosexuales, estas estaban fuertemente regladas y fuera de las convenciones establecidas estaban muy mal vistas.

Autora: Yara M. S.
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