Muchas veces, a modo de broma, Aralaid y yo decimos que la antigua Grecia fue la cuna
de la homosexualidad occidental, del mismo modo que también lo fue de la cultura
occidental. Todo el mundo, por muy poco que sepa de historia, sabrá que, en aquel
contexto cultural, las relaciones pedófilas entre maestros y alumnos varones eran un
aspecto muy prevalente de la enseñanza en las clases dirigentes.
Digo que es un saber generalizado, pero la realidad es que, incluso hoy, la gente se niega
siquiera a plantearse que el famoso semidiós de la Ilíada, Aquiles, pudiera tener una
relación con Patroclo (y si ya decimos que Patroclo era mucho mayor que él, a más de
uno parece que le estalla la cabeza).
Pero igualmente ocurre con Alejandro Magno. Para algunas personas, parece ser que,
por tener relaciones homosexuales, una persona sea incapaz de ser un guerrero
competente, un héroe o un gran conquistador. Como si ser heterosexual al cien por cien
garantizase ser alguna de esas cosas o todas a la vez. La estupidez humana no deja de
sorprenderme.
La realidad es que las relaciones del mismo sexo estaban presentes en la vida de los
antiguos griegos, como demuestran las fuentes clásicas que nos narran distintos aspectos
de estas relaciones. Hay mucho que contar sobre ellas, pero hoy me limitaré a comentar
exclusivamente la pederastia como sistema de aprendizaje entre los varones de una clase
social alta.
Para poder entender esta tipo de relaciones, se ha de comprender primero cómo
funcionaba la estructura social de los griegos. La cultura griega era eminentemente
masculina, relegando a la mujer a un mero papel de madre y ama de casa. Solo el
hombre se desarrollaba intelectual y socialmente, lo cual explica, en cierto modo, la
importancia de las relaciones homosexuales en el proceso de aprendizaje de un joven en
su paso hacia la madurez.
Nos referimos a una homosexualidad institucionalizada, regida por unas normas muy
estrictas, por las cuales una relación debía tener un carácter claramente jerárquico, de tal
modo que uno de los miembros de la pareja, siempre el activo, superase en estatus social
al otro miembro, que debía ser siempre un adolescente. Estas convenciones establecían una marcada distinción social y de estatus entre ambos integrantes de la pareja.
En Esparta, las relaciones homosexuales de este tipo estuvieron claramente
institucionalizadas en los siglos V y IV a.C., mientras que en Atenas no parece que se
llegasen nunca a sancionar oficialmente (aunque, sin embargo, seguían existiendo,
siempre con la aprobación expresa de la familia del adolescente sometido al proceso de
aprendizaje).
Se consideraba que el hombre adulto era capaz de transmitir al joven su fuerza y su virtud
a través de su semen en el ano del muchacho, pero pensar que esto significa que el coito
anal era socialmente aceptable sería caer en un error. Se trataba de una situación muy
concreta y de una homosexualidad pasajera que debía finalizar cuando el periodo de
instrucción tocase a su fin.
De hecho, en la mayoría de casos, no se llegaba a practicar la penetración anal por las
connotaciones negativas que esta tenía, dado que se consideraba un acto vergonzoso,
sobre todo para aquel que era penetrado.
¿Pero por qué recibe tales insultos este hombre? La respuesta es muy simple: porque es
un homosexual adulto, afeminado y, además, pasivo. Este testimonio es bastante
esclarecedor y, lamentablemente, nos demuestra que la intolerancia que aún hoy está
presente viene de largo.
De hecho, tampoco se puede dejar de nombrar que Aristóteles intentó buscar una causa a
la aparente enfermedad que sufrían homosexuales que disfrutaban del rol sumiso en el
sexo anal, llegando a la conclusión de que sufrían una atrofia congénita en los órganos
sexuales: su esperma, que no podía ser expulsado debido a este defecto, se concentraba
en la región del ano (como, según el mismo Aristóteles, les ocurría a las mujeres), y esta
concentración provocaba el gozar de las relaciones pasivas.
Teniendo en cuenta tal testimonio, puedo decir sinceramente que, a mi entender, Grecia
no fue la cuna de la homosexualidad en Occidente y que, si bien existieron las relaciones
homosexuales, estas estaban fuertemente regladas y fuera de las convenciones
establecidas estaban muy mal vistas.
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